Los que se quedan

Maricela Gascón Muro

Durante mucho tiempo tuve una sensación de molestia por el tratamiento que se daba en los medios de comunicación y algunos textos académicos al tema de la migración de mexicanos hacia los Estados Unidos.

Afortunadamente, mi enojo se desactivó al desenchufar la televisión. No obstante, de cuando en cuando, vuelvo a escuchar la misma cantinela: el perfil de la migración se ha modificado: ya no emigran únicamente los mexicanos o muy pobres o muy ricos sino que ahora se van aquellos pertenecientes a las clases medias, preparados, que no encuentran en este país las oportunidades para desarrollarse.

Hay un discurso adicional que se dice aquí y allá: los mexicanos han contribuido al crecimiento y grandeza de los Estados Unidos de América: jóvenes talentos, fuga de cerebros, premios nobel en el exilio….. Quienes se van, se dice, no son corruptos: son emprendedores que dejan tras de sí el lastre que cargan sus conciudadanos. Se va lo mejor de lo mejor, aunque allá no pasen de ser “latinos”.

Así se expresan también los mexicanos de sus compatriotas. Claro, en este discurso la migración se atribuye en exclusiva a la incapacidad del gobierno de generar las condiciones que permitan obtener empleos o aplicar el talento. Y queda, de este decir, un resabio: nosotros.

Esta situación nos coloca, a los que nos quedamos, en una posición incómoda: se piensa de nosotros (se dice subliminalmente) que no tenemos las agallas para irnos y/o que, además, formamos una masa de mediocres sin aspiraciones ni recursos; agustados en el crimen y la corrupción que campea como en pocos lados del planeta.

Mi intención es hablar aquí y en esta ocasión de este discurso que aniquila, desprecia, denigra. ¿Existe alguna posibilidad de que permanecer en este país sea una elección? En la mirada que he expuesto, no la hay, ninguna oportunidad para que quienes habitamos este territorio tengamos una decisión positiva frente a él: somos débiles, incapaces, desertores del bienestar y, adicionalmente, incapaces de resolver los problemas que nos aniquilan. Un fraude universal.

Así nos vemos. Volvemos la mirada hacia “el imperio” y nos lamentamos de estar tan cerca de la tierra prometida y tan lejos de alcanzarla. Dicen que cuando Simon Perez escuchó el dicho mexicano de “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” dijo que los israelitas lamentaban lo contrario: estar “tan cerca de Dios y tan lejos de los Estados Unidos”. A saber.

¿Qué defendemos quiénes permanecemos en México?, ¿Una Patria?, ¿la familia?, ¿una manera de percibir el mundo?

En el fondísimo de nuestra alma, muchos no emigramos porque el “american way of life” no es una opción de vida. Porque los valores que postulan no se corresponden con una mirada histórica y cultural diferente. Las ideas de comunidad, de trabajo, de formación individual, el papel del Estado, el aprecio por la competencia desbocada y desmedida, los principios protestantes que subyacen al credo norteamericano, etc., no son compartidos vitalmente por los mexicanos, aunque la ideologización promovida por los medios de difusión masiva los propongan día a día.

Quienes se van buscan el bienestar del primer mundo y padecen el choque cultural que los aniquila como personas. Se quiebra la identidad. Es un propósito del capitalismo en su actual momento de desarrollo. Han de recomponerse, los que lo logran, o permanecer como sin ser.

Quienes nos quedamos enriquecemos este país y somos sujetos constantes de la exacción de la riqueza; quienes nos quedamos no somos los mediocres del mundo, incultos, incapacitados. Quienes nos quedamos, desafortunadamente, tenemos que repetir en cada generación el esfuerzo por la educación, el entendimiento del mundo, la propuesta de proyectos; quienes nos quedamos reconstruimos el mundo en cada generación.

Los que permanecemos en este país tenemos otra idea de la civilización; una que ha estado como culebra de agua, nadando bajo la superficie de la modernidad occidental.

La violencia que padecemos (y ante la cual el resto de las naciones permanece en silencio) es la de la mercancía, expresada en su máxima atrocidad: droga por dólares; cadáveres por control del mercado. La corrupción en este país es expresión de un capitalismo que no ha logrado superar la fase de la acumulación primitiva de capital. Es resultado de lo mismo: de tener que reconstruir el país en cada generación ante la exacción y lo que durante muchos años, en América Latina, se denominó como desarrollo desigual y dependiente.

Quienes se van, por hambre, por hartazgo, por codicia, reflejan el cansancio ante el esfuerzo de reconstruir las naciones devastadas por los países del primer mundo (pregúntenle a los africanos) y la avaricia del capital multinacional. Quienes se van, se han ido y se irán, aniquilan la serpiente acuática de un ser de otra manera. Quizá, los que nos quedamos, tenemos esperanza.

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